miércoles, 26 de abril de 2006

LA PÚBLICA. Artículo de Opinión de ELVIRA LINDO en "El País"

Cómo y por qué se deja morir una radio pública debería ser el principal motivo de debate de ese debate interminable. Cuando uno se encuentra en los estudios de Prado del Rey entiende que hay algo ilógico en todo aquello: esas instalaciones de corte franquista, de amplitudes impracticables, de pasillos laberínticos y tristones no hacen más que hundir a los trabajadores en una depresión que se lleva arrastrando muchos años. Un país democrático necesita una buena radio pública. La tuvimos. Habría que plantearse por qué la época en la que gozó esa radio de más libertad e independencia fue la que se realizó bajo el Gobierno de la UCD. Tal vez porque el ansia de libertad era tan poderosa que los trabajadores se sobreponían a los dictámenes de quien gobernaba. Fue la época en que ninguna emisora privada podía competir con Radio Nacional: de la madrugadora Silvia Arlette al inolvidable Loco de la Colina, pasando por aquella voz tan cálida de Manolo Ferreras. El mundo entero estaba allí. Cuando aún no se había inventado el estéril universo del contertulio, los trabajadores de la radio hacían radio, o sea, reportajes, dramatizaciones, entrevistas. Los jóvenes aspirantes salían a la calle a enfrentarse a la vida y volvían a los estudios con el magnetofón cargado de voces. Fue la época más viva, más gamberra, más atractiva, de mayor conexión con el ciudadano. Y no inventa la nostalgia, esto es algo que saben bien tanto los oyentes de aquella radio como los que la hacían. Fue una época política en el sentido de que se ejercitaba a diario el músculo de amplitud de nuestras libertades, pero no estaba tan plegada a los intereses partidistas. Los políticos no supieron ni parecen saber cómo se gestiona la independencia: detrás de cada medio público, nacional o autonómico, se intuye la sombra del partido que gobierna. El resultado es que, después de tanta incompetencia, sería injusto que la solución esté en desmantelar la casa. Dicho de forma antipática: que optimicen los recursos, que cierren el viejo caserón, que no permitan la desidia laboral, pero que no nos roben la posibilidad de escuchar esos análisis de la realidad que sólo pueden nacer de lo público. Para que eso fuera posible, políticos y periodistas, que a menudo gozan de una relación demasiado estrecha, deberían entender primero ese concepto: radio pública, de todos.

No hay comentarios: